jueves, 15 de diciembre de 2011

Sexo y aparte. Por Sarah Duncan. Comienzo temprano.

Sexo y aparte.
Por Sarah Duncan.

Tuve mis primeras experiencias sexuales a los cinco años de edad. En el aula de preescolar, Lina le enseñaba la ropa interior a Wilson y en el patio Yanisa me llamaba apresurada para que le viera el pene a un niño retrasado mental que se sentaba en la tapia para que le miraran. Vivía en la casa de atrás y al parecer pasaba muchas horas sin que nadie le vigilara.

Lina era una niña preciosa como una muñeca. Tenía el pelo liso, la piel muy blanca y unos grandes ojos verdes. Su nariz era pequeña y sus labios tan rojos. Wilson era muy varonil, le gustaba jugar al baseball. Se metía debajo de la mesa a la señal de Lina para esperar a que ella le abriera las piernas.

Yanisa era regordeta y tenía la piel de la cara como si fuera terciopelo. Siempre sonriendo pícara, la recuerdo haciendo dieta porque bailaba ballet. Nunca almorzaba, solo se llevaba un huevo duro y se lo comía sola, en su silla. Incluso muchos años mas tarde.

Alan nos besaba los labios a Nora y a mí, al pie de un árbol grande. Alan era guapísimo. Aunque tenía una cicatriz en la ceja, de alguna caída seguramente, pero su nariz era perfecta y sus labios sedosos. Tenía los ojos pequeños y las espaldas anchas. Era un hombrecito muy atractivo y convincente.

Ni siquiera recuerdo el nombre del primer pretendiente que tuve en mi vida. Era pelirojo y tal vez tendría seis años, uno mas que yo. Vivía cerca del Jardín y venía a a verme al muro de piedra. Se sentó allí un rato cada día antes de pedirme que fuera su novia. Tenía pecas en las mejillas y era bajito de estatura, pero era muy insistente y me regalaba flores.

A los seis o siete años, cuando ya estábamos en una escuela de verdad, recuerdo los chistes calientes de Pepito y 'metemá', pero no fue hasta los nueve años, cuando fuimos solos, sin padres a Tarará, la ciudad de los pioneros, que antes había sido residencial de playa de ricos y famosos, cuando tuve mi primer novio formal y dirigido. Dirigido porque me lo impusieron. Una de mis amigas los reaprtió como si de lápices se tratara. 

A mí me tocó Jorgito, que nunca me besó siquiera, o al menos yo no lo recuerdo; pero se portó conmigo como un caballero. Me esperaba a la hora del desayuno para sentarnos juntos y en clase me gusradaba el asiento a su lado.

Jorgito era pequeño y de piel oscura, como gitano y era de una familia muy pobre. Su madre nunca iba a la escuela, sino su hermano que era unos años mayor. Este se inventó una enfermedad del corazón que tenía el pequeño. Todo lo sabíamos menos Jorgito. Pero resultó ser una mentira, proque creció y vivió muchos años, contra todo pronóstico.

Un par de años mas tarde volvimos a Tarará. A mí me encantaba porque nos instalaban en una mansión convertida en albergue para estudiantes, con dos o tres literas en cada dormitorio. Había una especie de discoteca para bailar de noche, un parque de diversiones con aparatos que funcionaban, no como en el parque Lenin; y si nos tocaba ir en tiempo de clases y no en vacaciones, las aulas tenían un olor especial.

Ya teníamos nueve o diez años y aunque me volvió a tocar un novio dirigido, esta vez no me acuerdo la que los repartió, este me gustaba más. Se llamaba Miguel y era alto y rubio. Miguel era muy chistoso, casi payaso, así que me hacía reír, condición indispensable para que yo me enamore; y le sacaba punta a mis lápices, era un encanto. Aunque creo que aquel noviazgo solo duró la semana que estuvimos en Tarará, fue muy bonito mientras duró.

Marx era el nombre del primer niño que me dio un beso de verdad y no me gustó nada. Rompí de inmediato, el mensaje se lo llevó mi amiga Ariadna. Con lo que le había costado decirme que yo le gustaba. 
Conversábamos todas las tardes en el portal de mi casa. Hasta que me dijo que quien le gustaba estaba dentro de la palabra TUBO. 
Me metió la lengua hasta la garganta y decidí que no me gustaban los besos, por asquerosos. Teníamos once años, pero aprendí que hay amigos que no merece la pena perder por besos tan malos. En lo adelante si un hombre servía para conversar, no dejaría que me besara.

Amabilidad de la autora.
Muchas Gracias Sarah!

1 comentario:

  1. Cuando tenía 8 años y estaba en tercer grado yo dejaba que los varones me vieran y me tocaran a cambio de merienda y de dinero que usaba para comprar libros en la librería del pueblo.

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