En el amor todo se vale, es primordial entrar a ganar en esa lucha compuesta por un torrente de emociones constantes. No se vale perder, pero si hay que llorar y sufrir, hay que rasgar el desahogo de forma colosal y unánime, no ser cobarde.
En el amor hay que jugar a carta abierta, sin trampas y preámbulos, mostrar la cara, abrir los brazos y vivir a fondo como si del último día se tratara. Sucumbir a la estrategía, sumergirse en el agua y nadar mar adentro, no importa si el ahogo te asfixia de forma inminente la substancia.
En el amor hay que buscar la mirada anhelante, traspasar el cristal de la ventana por si el aire camprichoso te hiciera a paso lento, desfilar por la acera enfrentada. Buscar a través del vapor donde se pierde la expectativa entre la gente que delirando peregrina, ríe, grita, exhibe su soledad, o la espanta.
Buscar en cada esquina, o en los autos que no avanzan en el cruce de calle; en los jardines de la avenida tan larga, en el reflejo de las fuentes, en el morir de una llama, en los recoletos bancos de las pobladas plazas. Hay que esperar el ocaso desde el crepúsculo incandecente de la pálida alborada, recaminar por la arena, atosigar las pisadas, improvisar en las huellas hundidas, en las veredas de sueños y entre el verismo que siempre avasalla. Y la ilusión, esa forma fantástica que uno cree que es el deliro y sólo es la farsa con que se alimenta el alma, de sombras, estrellas, nubes y firmamentos que tras la conquista avanza.
En el amor hay engaños y malabares que pueden reconstruir o matar a cualquiera, inmerso en las artes; el que practica es un héroe que sabe perder o ganar y con Rosa pálido escribir su nombre. En el amor todo se vale...
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